El aula primaria
- carlosmoralesfalcón
- 26 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 29 dic 2021

Una de las cosas que me llama la atención de quien enseña es su capacidad de transformarse en un núcleo de vitalidad. Los aglutina a todos, los impulsa interiormente, los moviliza y hace orbitar como partículas de átomos que, vibrando en conjunto, encuentran un destino propio a la vez que común. Tengo esa imagen de mi profesora de primaria que ayer, en un impulso temeroso, ilusionado y afectivo, fui a visitar después de tantos años. Esperaba encontrar a una mujer estragada por el tiempo, disminuida quizá por las circunstancias de la vida y me preparaba interiormente; sin embargo, quien abrió la puerta me recibió vital y más joven que nunca, un pequeño torbellino indomable que a su paso disponía orden, frescura, buen ánimo y me guiaba con cariño hacia su mesa. No podía dejar de verla agradecido. Los profesores de primaria, cuando era niño, se hacían cargo de todos los cursos del nivel, y recuerdo que en sus clases aprendíamos matemáticas con chapitas y palitos de helado que pintábamos de colores, escribíamos los ejercicios de caligrafía al derecho pero también invirtiendo luego las letras como palíndromos que nos generaban extrañeza, visitábamos los mercados a preguntar los precios de los productos para usarlos en ejercicios que, temerosos, luego debíamos explicar al frente de todos. Recuerdo que a las reuniones de padres del salón asistían todos los adultos como a una reunión familiar que duraba hasta avanzada la noche (nosotros jugábamos en el patio), proponiendo iniciativas, haciendo donaciones, comprometiéndose en una camaradería que quizá reproducía la solidaridad migrante que desde niños vivíamos. Recuerdo además a toda su familia involucrada con mi aula, ingresando en determinado momento, a su esposo, a sus hijas quienes a menudo nos dictaban algunas clases; también los paseos en buses donde a cada tramo debíamos replantearnos la cantidad de pasajeros en un cálculo divertido que hacía más cortos los viajes. Ahora, a la distancia, entiendo cuánto compromiso implicaba pensar en cada actividad para nosotros, involucrar a los padres hasta el desprendimiento, hacernos avanzar en un orden que no percibimos pero que era un horizonte planeado por ella. Ahora sé que luego de dictar nuestras clases, en silencio, sin presumirlo, y animada por su esposo, asistía a cursos de capacitación para diseñar materiales que aplicaba con nosotros. He conocido además sus dos largas mesas donde distribuía, ¿con qué tiempo?, las labores domésticas, sus responsabilidades del colegio y las tareas de sus cinco hijos... No olvido el largo discurso de despedida que nos dedicó en el aula porque luego de esos años a su lado, pasaríamos a secundaria con otros profesores y otras exigencias, recuerdo sus lágrimas. Nos habló de la responsabilidad, la puntualidad, el respeto y el rigor en este paso trascendente en nuestras vidas donde no debíamos fallar…ahora me da gusto volver a verla aún diligente, alegre, solidaria, rodeada de sus numerosas plantas, y escuchando sonriente a un pequeño alumno agradecido por su amor vivificante.
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