Mientras dura la memoria
- carlosmoralesfalcón
- 26 abr 2019
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 6 dic 2024

Es la visión de los objetos lo que remarca la ausencia. Los platos vacíos, la cama destendida, las manchas en los muros, los cabellos apareciendo inesperados entre las ropas. Cada uno de ellos, en su quietud, activa un mecanismo visual en donde la parte evoca a un todo ausente, la minúscula parte desprendida de un todo que se agolpa entre la sombras. El cuarto, ahora vacío, está sin embargo habitado. Pueden distinguirse las pequeñas voces, las escenas antiguas se repiten como láminas transparentes en cada esquina donde asoma el llanto contenido, rasgaduras de humo o detritus enturbiando sin quietud ni templanza. Esta fragmentación es la ruina. La ruina es un espacio de extensión desarticulado pero también un paisaje anímico: no puede desandarse lo perdido sino asentarse las huellas con las mismas huellas reiterando el vacío. Así los niños mocovíes son enterrados sin los enseres que utilizaban para aprovisionarse de agua o comida. Las madres preparan sus cuerpos muertos y los conducen a una zona silvestre que volverán a transitar, cuidando de que la grava con que los cubren no los oprima demasiado, dejando entre la tierra y sus cuerpos una abertura donde asomarán las pequeñas manos que usaban para recibir los alimentos.
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