Fragmentos de la violencia
- carlosmoralesfalcón
- 12 feb 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 21 feb 2018

El Informe final (2003) de la Comisión de la Verdad y de la Reconciliación, que evaluó la crudeza e insania de las décadas de 1980-1990, señala que este periodo de violencia desencadenó la muerte de más de 70 000 personas, la mayoría campesinas quechuahablantes, indocumentadas y ágrafas que el Estado no sintió como propias al no tener la categoría de ciudadanos. Para quienes asistimos a la evaluación de estos sucesos, la cuantificación abrumante desplazaba la mirada hacia un deambular semejante al tránsito del Ángel de la Historia que Walter Benjamin describió como una mirada que, vuelta al pasado, descubría bajo los acontecimientos las ruinas, muertes y escombros que se hacinaban bajo sus pies sin saber cómo remediarlas. Esa mirada y ese recorrido son parte del último poemario de Alejandro Romualdo, Ni Pan ni circo (2005), cuya primera sección, “Fragmentos”, está conformada por veintiún poemas que, en su modo de segmentación y espacios en blanco entre versos, encuentra la forma de ingresar al silencio del paisaje andino donde reposan la naturaleza agreste erosionada y los cuerpos violentados y sin vida. Mediante la personificación de la naturaleza y un procedimiento semejante al “correlato objetivo”, en donde los objetos evocan emociones, proyecta la violencia hacia el paisaje que la ha resentido y aún la cobija con asombro. Las lluvias perforan los tejados, las hierbas se erigen crispadas, los mapas se horadan de cruces. Estos poemas muestran un paisaje en silencio arrasado por la luz avasallante que expone a la intemperie las ruinas y cuerpos como vestigios sobre los que sobrevuelan moscas de muerte, aves rapaces y la impasibilidad de las estaciones de un cielo puro. El de Romualdo es uno de los testimonios poéticos más limpios y desolados erigido en torno a una flor de los sepulcros que sostiene en su fragilidad la respiración de los desaparecidos.
I
Livianas, dulces flores del mediodía
más puras que nunca en los
sepulcros andinos,
y tan leves, acribilladas en los muros
de la maleza crispada de horror.
No es el rocío el que cae y las baña
sino el llanto de las madres
frágiles como la lluvia
corolas de harapos
en un ramo de violencia
donde se agitan irritados capullos
negras banderas y cálices insurrectos.
III
De todo lo que fue y un golpe de luz
destrozó, en la desolación
y la inocencia, entre masacres
encendidas por la muerte
con sangre de corderos, de pronto
un día nuevo bajo la sombra del
hacha:
el sol frío de la claridad se abre
y en las alturas de nieve
sobre las tumbas sin olvido
una última flor respira por todos.
XIII
Los días se suceden en el horizonte
y giran con las plumas crispadas
entre las confusas retamas.
Los rencores del sol han calcinado
los costillares donde brota la hierba
sin sentir: Alguien reposa con
indiferencia
sobre el camino por donde se
quejaron.
No importa que no escuche: no tiene
respuestas.
No importa que no vea: no tiene
deseos.
No importa que no hable: lo dice todo.
XIV
La lluvia cayó, pálida como los
muertos,
la lluvia, que entonces era una fiesta,
también se bate y estalla sobre las
tejas.
Otra vez las chozas están perforadas,
la maleza crispada y llorante.
No hay ya más lágrimas sin rostros
que caigan sobre los camastros
hundidos
por la ausencia. Cuerpos y almas
errantes
buscan enloquecidos un lecho blando
en el fondo del río.
Alejandro Romualdo. Ni pan ni circo. Lima: Instituto Nacional de Cultura, 2005.
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