La rabia permanente
- carlosmoralesfalcón
- 7 ene 2018
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 10 ene 2018

Luego de treinta y cuatro años de silencio editorial, aparece Memorias de mi desnudez (2014), del poeta Leoncio Bueno, cuya obra ha permanecido firme al borde de los círculos de nuestra tradición poética como un alegato arisco y emancipado. Por eso, este libro recopilatorio se instaura como un homenaje a uno de nuestros más notables poetas proletarios: peón agrícola en la hacienda Facalá, trabajador textil en la fábrica El Progreso de Vitarte, mecánico en El Túngar, dirigente sindicalista y anarquista obstinado. Estas marcas de vida quedan registradas en el periplo de su escritura en donde encarnan la postergación, los avatares de sobrevivencia y la resistencia de los grupos migrantes y trabajadores manuales de la capital. Es, por lo tanto, la reivindicación del testimonio poético de un autor que escribe sobre las condiciones de vida proletaria y que, desde esta firme consciencia de clase, asimila los bienes culturales negados al ámbito popular.
Memorias de mi desnudez reúne sus cinco poemarios conocidos: Al pie del yunque (1966), Pastor de truenos (1968), Invasión poderosa (1970), Rebuzno propio (1976) y La guerra de los runas (1980). A los que agrega seis poemarios inéditos: Los últimos días de la ira, El inaudito canto de los Huacatay, Páginas de un diario, Carta de invierno y Antes de sus ojos. Estas últimas producciones de Leoncio Bueno abren el libro como si el autor privilegiara su periodo de creación reciente en relación a su producción primera; aunque esta suposición podría matizarse porque, si bien el radio de su pensamiento, en sus últimos libros, se amplía y profundiza, los asiste la misma fuerza reivindicativa, la misma rabia que deriva en la generación escritural del poema. Lo que hay, más bien, de resaltante en estos últimos libros, es una mayor reflexión sobre su escritura, sobre su labor como poeta y evaluación de vida política –como puede leerse en “Maldita luna”, “Palabras de cariño”, “Extraño muy extraño”, “Palabras I”, “Palabras II”, “Gritos desde la oscuridad”–, y la luces que brindan estas reflexiones últimas se vuelcan sobre sus libros primeros dotando a su obra de motivación y unidad.
En Páginas de un diario, el poema “Gritos que nadie escucha”, ofrece la explicación del título recopilatorio: “los poemas son fotos” que muestran una “desnudez” íntima, cuya visión se reserva solo a la persona amada, lo que explica el recogimiento y el silencio de un autor que ha alejado a sus poemas, durante mucho tiempo, de la mirada del público; pero son, también, “memorias de mi desnudez”, porque registran los sucesos vividos por un hablante que señala no poseer ningún bien salvo el de las palabras y cuyos poemas, son a su vez, la memoria de la condición de los grupos marginados y la multitud invisible.
Dos contrastes podrían ubicarse en la obra de Leoncio Bueno. El primero, implica la valoración de su educación autodidacta, su frecuente caracterización como “bestia”, “burro”, “aprendiz de escritor” o “principiante” en relación con “las mentes consagradas” de intelectuales y camaradas, a los que trata con sarcasmo y amargura. El contraste se agudiza en la vida sindical, en la división de trabajos intelectuales y manuales, y se extiende a la realidad del país, donde los intelectuales se sitúan ganando prestigio en los engranajes del sistema, como señalan los poemas “Ñoqanchis” y “Bienaventurados”. La autodenominación como “bestia” o “burro” es, en ese sentido, la asimilación de un insulto que el enunciador reivindica en toda su carga semántica y aun potenciando su connotación sexual, pues ante la impostura de la razón cínica y el verbo prestigiado, opone la disonancia de un “rebuzno” y la insolencia de la potencia viril.
Esta bestialización de lo sexual adquiere una mayor marca de rebeldía en el segundo contraste que realiza el poeta al oponer dos grupos jerarquizados: los situados arriba, “los puros”, “los triunfadores”, “genuinos” y “afortunados” que no aman, pero que piensan y producen al amparo de Dios; y los situados abajo, los “hijos del kaos”, “los come poco” y “los ancha pata”, que aman pero no piensan y solo destruyen viviendo en el pecado. Estos cantos colectivos, demarcados con ironía, adquieren mayor epicidad y dramatismo en La guerra de los runas (1980) y El inaudito canto de los Huacatay, en donde los grupos oprimidos, al no ser dueños de ningún bien material ni espiritual, sino solo de sus cuerpos, optan por la resistencia a través de la reproducción como principio vital e insubordinado. Ante la matanza constante y la postergación como destino, los poemas señalan que la energía sexual, rebelde y obstinada, es la guerra silenciosa por la supervivencia de la muchedumbre anónima que ha demudado el rostro del país.
Participante del movimiento obrero “Grupo Intelectual Primero de Mayo” y cercano a la poesía social de la Generación del 60, ha sido el ambiente de discusión y la prédica poética de la década de 1970 –de grupos como Estación reunida y, sobre todo, Hora Zero–, la influencia que más ha entonado con la poesía de Leoncio Bueno, despojándolo de la nostalgia y los cartabones clásicos de sus primeros libros, y acentuando la insolencia y blasfemia que muestran sus poemas desde Invasión poderosa y Rebuzno propio. Sin embargo, esta prédica de los jóvenes poetas, y su acento en la oralidad iconoclasta y cotidiana, no ha acallado sino singularizado la voz acendrada y madura de un poeta mayor que ha erigido una obra singular atenta al vocablo sazonado por la gracia, la soltura y el desparpajo popular. De esa manera, Leoncio Bueno ha construido una poética franca y rebelde, solidaria con el hombre común, colectivo y transgresor quien, a pesar de las continuas grietas de la realidad y su danza de muerte, ha sabido transitar por el mundo y afirmarse en la vida.
Leoncio Bueno. Memorias de mi desnudez. Lima: Editorial Nido de Cuervos, 2014.
a
Comentarios