La responsabilidad del escritor
- carlosmoralesfalcón
- 1 abr 2018
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 3 abr 2018

Cuando en 1993 Luis Loayza publicó por segunda vez El Sol de Lima suprimió un ensayo dedicado a Borges, incluido en la primera edición de 1974, y agregó cuatro ensayos sobre temática peruana siguiendo la tendencia preponderante en la recopilación del libro. De esa manera, Loayza resaltaba una preocupación que fue constante durante más de treinta años: su búsqueda de la construcción de la imagen de lo nacional en nuestros autores que plasmó en ensayos dirigidos de forma concreta a nosotros como lectores peruanos, invitándonos a participar de sus reflexiones que incidían en lo verdadero y en lo urgente, exhortándonos a la acción y a cierta dignidad literaria. Su reunión abarcó a varios de nuestros escritores representativos: Garcilaso de La Vega, Juan de Espinosa Medrano (el Lunarejo), Ricardo Palma, Abraham Valdelomar, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, Martín Adán, Sebastián Salazar Bondy, Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa; y abordó, entre otros temas, la valoración de la revista Las Moradas, una nota sobre el vals peruano, el comentario al poeta arequipeño Barnabooth inventado por Valery Larbaud y la presencia de personajes peruanos en las novelas de Henry James y Stendhal. Algunos de estos ensayos fueron publicados en revistas y periódicos entre 1958 hasta 1972, intervalo de tiempo que corresponde al viaje de Luis Loayza a Europa en 1959, su trabajo como redactor del diario Expreso en Lima hasta 1963 y su posterior viaje a los Estados Unidos desde donde retornó a Europa para trabajar como traductor.
El libro que formó en este periplo vital, por la acumulación de su escritura, terminó ensamblando un sistema de pensamiento que Loayza presentó con discreción y sobriedad en El sol de Lima. Prescindiendo de prólogos, o textos de presentación, el libro inicia directamente con el desarrollo de los ensayos en donde, a la lectura atenta como ordenación generadora de sentidos, Luis Loayza agrega la escritura serena de sus palabras medidas, reunidas con la rigurosidad y la falta de resquicios de lo trabajado detenidamente. Para ello, realiza una revisión integral de las obras de los autores sobre los que escribe, sin desconocer las etapas que atraviesan, eludiendo la generalización y la mistificación de los manuales e interpretando, cuando es necesario, el clima cultural donde producen y el horizonte mental de los lectores de cada momento histórico. Busca, de esa forma, la valoración justa, realizando asociaciones inteligentes en una exposición amena encaminada por su cortesía culta y animada por momentos con su ironía cómplice. Deteniéndose, a menudo, en el cotejo de autores opuestos en un análisis de paralelos o examinando fragmentos como puntos de apoyo para remover una masa informe de estereotipos, pulsándonos a leer entrelíneas, a sospechar de los lugares comunes.
Esta intensidad de lector agudo progresa, con la misma claridad, con su intención por comprender su oficio de escritor. El análisis de cómo nuestros autores contraponen una respuesta artística a su realidad histórica le permite reafirmar su propia postura de escritor con sentido crítico de pertenencia. Entiende además que las obras de la tradición, con sus estrategias literarias como tácticas, producen elementos que ingresan a configurar el imaginario social que denominamos como peruano. Esta preocupación es central en el libro. La construcción de un imaginario nacional lo lleva a examinar el contraste entre la imagen interior y la imagen exterior que produce la literatura sobre lo peruano. Es por eso que el “Sol de Lima” hace referencia al espacio de sol del Imperio Incaico que los extranjeros superponen como característico del Perú al verdadero territorio húmedo y gris de Lima. Loayza anotará que esta mirada foránea se impone porque no hemos podido construir una imagen cierta, original y propia que reemplace la arcadia de paisajes tropicales, excluidos del transcurso de la historia, que es una convención literaria donde la mirada extranjera vuelca sus anhelos. Para entender esta distorsión, Loayza indagará en las características del medio cultural donde se desarrollan nuestros escritores.
Su evaluación es firme y sin concesiones. Observa que el marco donde se escriben las obras y se desarrolla el oficio del escritor se construye bajo el influjo de la condición colonial que durante siglos caracteriza a nuestra cultura. Esta se manifiesta en la imitación sumisa de las escuelas literarias europeas, a las que consideramos como la cultura verdadera, eludiendo la realidad peruana hostil, que identifica en el siglo XVII de Espinoza Medrano. También en la escritura pretenciosa y superficial basada en la reproducción de fórmulas vacías y tópicos calcados que producen poesía circunstancial en el siglo XVIII, como ilustra al leer el cuaderno de poemas fúnebres ante la muerte del Duque de Parma. Y, sobre todo, se expresa en la burla ligera y el malhumor condescendiente del costumbrismo, surgido en el siglo XIX y comienzos del XX, que otorga relevancia a lo pintoresco de la propia realidad y cuya burla más frecuente es a la “huachafería” de los estratos sociales que intentan transgredir el orden de castas que promueven determinados sectores. Estas tendencias se entrelazan hasta llegar al siglo XX donde la labor del escritor es confinada a la actividad precoz de escritura pues el esfuerzo que hacen los autores por sustentarse, desempeñando otras labores, los lleva a abandonar pronto la profesión o a formarse de manera azarosa, sin la orientación de críticos y lectores que fortalezcan su personalidad literaria. La evaluación de Loayza evidencia un panorama vigente de imperfecciones que perseveran y ante las cuales plantea algunas salidas personales.
Propone no renunciar a lo universal, como hace la literatura costumbrista con su provincialismo, sino encarar la propia realidad sin distancias para descifrar desde su interior los valores universales que toda sociedad contiene. Encuentra este desarrollo en La casa de cartón de Martín Adán, en donde Lima como referente se ha reducido al pequeño espacio de Barranco, y aún al breve recorrido de un colegial dándonos, como dice Loayza, probablemente una imagen más duradera y cierta de Lima porque la niebla y la apatía son fenómenos acaso más limeños que las jaranas costumbristas. El referente real del libro además no es abordado desde un punto de vista exterior sino que ha sido asimilado por la sensibilidad del narrador hasta articularlo fragmentado al universo construido por su voz personal. Este es otro interés constante en la búsqueda de Luis Loayza: la consumación de la “voz propia” del escritor que se hace dueño de sus medios expresivos logrando entrelazar la vivencia a la realidad en la indisoluble conjunción del contenido y la forma de su escritura. La obtención de un estilo propio lo aleja de los adornos vacíos y ejercicios de composición porque son las experiencias vitales las que marcan, impulsan y alimentan su voz original, como observa en Valdelomar cuando escribe sobre su infancia y en el Rasu Ñiti de Arguedas cuando describe la exclusión del indio peruano.
¿Cuál es la respuesta entonces para dar una imagen de lo peruano? No hay una respuesta, nos dice Loayza, hay varias respuestas, como no hay una sola imagen sino imágenes de lo peruano, y sugiere que estas respuestas las debe proporcionar cada escritor con su indagación personal. Luis Loayza contrapone al individualismo egoísta y la astucia criolla la instauración de una sociedad basada en la libertad y la responsabilidad. Es lo que denominó como “la responsabilidad del escritor” en su análisis de la obra de Martín Adán reclamándole su poco interés en plantearse su responsabilidad social como escritor, su poca paciencia y disciplina para desarrollar una escritura más sostenida. Denominación que reitera en su interpretación del proceso de la obra de Sebastián Salazar Bondy, resaltando su etapa de madurez donde asume su responsabilidad como escritor en el ámbito social y político, aunque señalando los sacrificios que eso implicaba.
¿Cuál es la responsabilidad del escritor para Luis Loayza? Es ciertamente la emoción social pero encauzada en la eficacia artística. El asumir el oficio de la escritura con paciencia y disciplina, reivindicando la libertad para crear y la lucidez para revelar los rasgos de la realidad moldeando la materia textual que manipula. Asumiendo la realidad en donde se asienta nuestra experiencia, de la que podemos hablar quizá con mayor conmoción y virtud que de otras realidades. Es decir, no rehuyendo el impacto de la realidad pero mostrándola a los lectores en una visión artística, entendiendo además que el realismo no es la única forma de abordarla. Es la necesidad de un conocimiento profundo de nuestra tradición y la reivindicación de la solidaridad contrapuesta a los valores festivos del cinismo, la burla ligera y la inspección peyorativa de nuestro entorno. Lo entiende de ese modo cuando comenta un poema de Sebastián Salazar Bondy en donde una anciana mendiga acompañada de sus perros observa declinar la tarde sentada en la vereda de una calle. El poema describe la escena con una sobriedad que Loayza califica de “noble pudor”, brindándonos en esta expresión un postulado de escritura de acercamiento a la realidad cuyo procedimiento se basa en la la elisión, la contensión y la empatía frente a lo observado.
Los ensayos de Luis Loayza descubren visos sugerentes en los libros que analiza de nuestra tradición, pero al borde de los temas que comenta (y esos bordes ordenan todo el ensayo) se nos impone la imagen de un lector diletante y un escritor fino: el retrato intelectual y emocional de uno de nuestros más lúcidos escritores. Este es además un rasgo principal del ensayo literario: un yo ha ido enlazando los hilos de la razón lógica con la intuición clarividente, en la búsqueda por revelar la naturaleza profunda de nuestra situación artística; y detrás de sus serenas palabras una mano solar.
Luis Loayza. El sol de Lima. Segunda edición corregida y aumentada. México: Fondo de Cultura Económica, 1993.
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